Los activistas en favor de Palestina tomaron las calles de Madrid este domingo 14 de septiembre, impidiendo que la última etapa de la Vuelta a España llegará a su meta en la plaza de Cibeles. El incidente obligó a la organización a suspender la jornada cuando aún faltaban 43 kilómetros para el final, dejando a la carrera sin podio, sin ceremonia y con una estampa inédita en la historia de una de las tres grandes competiciones del ciclismo mundial. La protesta se centró en el rechazo a la participación del equipo Israel-Premier Tech, señalado por su vínculo con el gobierno de Benjamín Netanyahu y denunciado como un instrumento de propaganda deportiva.
Lo que comenzó como una manifestación pacífica con banderas palestinas y cánticos por la libertad terminó en choques con la policía, invasión del recorrido y escenas de violencia que precipitaron la decisión de cancelar la competición. La imagen de Jonas Vingegaard, líder de la clasificación, detenido junto a otros corredores en los Jardines del Moro, rodeado por antidisturbios y sirenas, será recordada como un símbolo del cruce entre deporte, política y derechos humanos.
El trasfondo político Vuelta a España: Israel-Premier Tech y la instrumentalización del deporte
La raíz de las protestas no se explica solo en el contexto deportivo, sino en el político. Desde el inicio de la Vuelta, organizaciones propalestinas denunciaron la presencia del equipo Israel-Premier Tech como un intento de “normalización de la violencia” y de la política israelí mediante el deporte, estrategia conocida como sportswashing. La presión sobre los organizadores y el propio equipo se mantuvo durante las tres semanas de carrera, con acciones simbólicas, boicots y bloqueos en distintos puntos del recorrido.
Aunque en varias ocasiones el trazado se modificó para evitar incidentes, la escalada fue imparable. Manifestantes lanzaron pintura, banderas y objetos contra los coches del equipo israelí cuando llegaron, y durante la carrera en más de una etapa se detuvo momentáneamente el avance del pelotón como en el caso de Bilbao. La tensión alcanzó su clímax en Madrid, cuando el despliegue de 1.500 agentes fue insuficiente para contener a quienes decidieron cortar la ruta y derribar las vallas que marcaban la llegada a meta.
Para los demás corredores hay preocupación por su seguridad, según el medio El País varios ciclistas han amenazado con abandonar el evento deportivo si no se garantizaba su seguridad.

Reacciones y polarización en la política española.
La cancelación del final de la Vuelta generó una tormenta política inmediata. Desde Málaga, el presidente Pedro Sánchez había expresado horas antes su respeto hacia quienes protestaban contra la violencia en Gaza, enmarcando las manifestaciones dentro de la defensa de los derechos humanos. Sus palabras fueron interpretadas por la oposición como una legitimación de los disturbios ocurridos después.
Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular, responsabilizó a Sánchez de alentar “actitudes radicales que dañan la imagen internacional de España”. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, calificó la suspensión de la etapa como “una humillación nacional” y el alcalde José Luis Martínez-Almeida habló de “caos alentado desde el Gobierno central”.
Sin embargo, para los colectivos propalestinos, el impacto mediático era el objetivo: visibilizar la tragedia y ocupación en Gaza y Cisjordania en uno de los eventos deportivos más seguidos de Europa.

Deporte, protesta y represión
El episodio de Madrid no puede entenderse sin el contexto internacional. La ofensiva israelí en Gaza, con miles de víctimas civiles, ha generado una oleada de movilizaciones en Europa, y España se ha convertido en uno de los epicentros de la protesta. El deporte, como escenario global, se convierte en un espacio para cuestionar las alianzas políticas y denunciar violaciones a los derechos humanos.
La respuesta policial, con cargas y disparos de pelotas de goma, dejó un saldo de heridos y varias detenciones. Para los activistas, aquello confirma que la represión se ejerce también en suelo europeo cuando se trata de denunciar la impunidad de Israel. Para el Gobierno, en cambio, se trató de contener a “grupos violentos” que se desviaron del espíritu pacífico de la mayoría.
Más allá de la disputa narrativa, la cancelación de la Vuelta pone de manifiesto cómo los derechos humanos, la libertad de expresión y la protesta social se enfrentan a los intereses del espectáculo y la política.
La interrupción de la Vuelta a España es ya un hito histórico: por primera vez, un evento deportivo de élite fue paralizado en nombre de los derechos humanos del pueblo palestino. Las imágenes de ciclistas detenidos en mitad de Madrid y de miles de manifestantes gritando “Palestina libre” muestran que el deporte no está aislado de las luchas sociales ni de los conflictos internacionales.
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