Un ataque con drones destruyó un convoy de 16 camiones de alimentos de la ONU en Darfur del Norte, Sudán, el miércoles pasado, cuando el convoy del Programa Mundial de Alimentos (PMA) intentaba llegar a comunidades en situación de hambruna. El hecho fue confirmado el jueves por Daniela Gross, portavoz asociada de Naciones Unidas, quien aseguró que todo el personal sobrevivió al ataque, aunque los cargamentos quedaron reducidos a cenizas.
Se trata del segundo ataque en tres meses contra convoyes humanitarios en la región, una zona devastada por la guerra entre el ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un grupo paramilitar acusado de crímenes de guerra. A principios de junio, otro convoy del PMA y UNICEF había sido atacado en El Fasher, capital de Darfur del Norte, resultando en cinco muertos y varios heridos.
El contexto no podría ser más alarmante: casi 25 millones de personas enfrentan hambre aguda en Sudán, y más de un millón se encuentran en riesgo de hambruna en Darfur y Kordofán, según estimaciones de la ONU.
Darfur: dos décadas de violencia y olvido internacional
El ataque contra la ayuda humanitaria no puede entenderse sin el trasfondo histórico de Darfur. Desde 2003, esta región ha sido escenario de limpiezas étnicas, desplazamientos masivos y crímenes contra la humanidad perpetrados tanto por el ejército sudanés como por milicias aliadas. La población civil ha sido sistemáticamente usada como campo de batalla, sin que las promesas de paz lograran frenar la violencia estructural.
El conflicto se intensificó en abril de 2023, cuando el choque entre el ejército regular y las RSF sumió al país en una guerra abierta. Desde entonces, 40.000 personas han sido asesinadas y 13 millones desplazadas, un éxodo silencioso que apenas ocupa espacio en la agenda internacional.
El Fasher, última capital estatal fuera del control de las RSF, se encuentra sitiada. Miles de familias sobreviven con raciones mínimas, atrapadas en un cerco militar que impide la entrada de alimentos y medicinas. Allí, como denunció Médicos Sin Fronteras, «la hambruna ya no es una amenaza, es una realidad palpable».
Destrucción de convoy: El hambre como arma de guerra
Los ataques contra convoyes de ayuda humanitaria evidencian una estrategia de guerra prohibida por el derecho internacional: usar el hambre como arma de sometimiento político y social. Al destruir los camiones del PMA, los atacantes no solo privan de alimentos a una población en riesgo, sino que envían un mensaje de control y dominio sobre la vida y la muerte en la región.

Las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) culparon al ejército por el bombardeo, mientras que las fuerzas armadas negaron su responsabilidad. Ambos bandos han sido acusados previamente de usar el hambre como arma de guerra, bloqueando y saqueando la ayuda humanitaria. En los últimos tres meses, este es el segundo ataque contra convoyes humanitarios en la región. En junio, otro convoy del Programa Mundial de Alimentos y UNICEF fue atacado en El Fasher, dejando cinco muertos y varios heridos.
La ONU ha advertido que la situación en Darfur recuerda a los episodios más oscuros de la década de 2000, cuando la comunidad internacional acuñó el término de «genocidio en cámara lenta» para describir la violencia sistemática. Sin embargo, hoy la respuesta internacional se reduce a condenas verbales y llamados a la moderación, sin acciones concretas que garanticen la protección de los civiles.
La impunidad con la que se atacan convoyes de la ONU refleja la fragilidad del sistema de protección humanitaria, pero también la indiferencia de un mundo saturado de conflictos que deja a Sudán en un segundo plano.
Silencio global y responsabilidad compartida
La indiferencia internacional ante la tragedia de Darfur tiene raíces profundas. Mientras potencias occidentales concentran sus recursos diplomáticos y militares en Ucrania o Gaza, Sudán permanece fuera del foco mediático y político. La Unión Africana y los países vecinos han mostrado divisiones internas que impiden una respuesta conjunta, mientras el Consejo de Seguridad de la ONU sigue paralizado por vetos cruzados.
El resultado es devastador: millones de personas atrapadas entre las balas y el hambre, invisibilizadas en un conflicto sin final aparente. La creación de un «gobierno paralelo» por parte de las RSF en junio pasado solo ha consolidado la fragmentación territorial y la ingobernabilidad, profundizando el riesgo de un colapso humanitario irreversible.
El incendio de los 16 camiones de alimentos de la ONU en Darfur es mucho más que un ataque militar: es un acto deliberado contra la vida, un recordatorio brutal de que los derechos humanos siguen siendo papel mojado en el campo de batalla. Mientras los convoyes humanitarios son blanco de drones, las familias sudanesas continúan muriendo de hambre frente al silencio global.
La pregunta es inevitable: ¿cuántos ataques más necesita la comunidad internacional para actuar? Si la protección de la vida no se traduce en acciones concretas, la historia recordará a Darfur como otro genocidio tolerado por la pasividad del mundo.
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