Este sábado, en la meseta de Giza, Egipto inauguró oficialmente el Gran Museo Egipcio (GEM), un megaproyecto de más de mil millones de dólares que busca consolidarse como el museo más grande del mundo dedicado a una sola civilización. La ceremonia, encabezada por el presidente Abdel Fattah el-Sissi y presenciada por monarcas, mandatarios y diplomáticos de más de 70 países, marcó el cierre de un proceso de construcción iniciado en 2005 y frenado por la inestabilidad política tras la Primavera Árabe.
Con más de 50.000 piezas arqueológicas, incluidas las joyas funerarias del joven rey Tutankamón, el GEM promete convertirse en un centro de conocimiento, turismo y poder blando.
Gran Museo Egipcio: Entre la herencia faraónica y el poder contemporáneo
El Gran Museo Egipcio no solo busca rendir tributo al pasado. También funciona como escaparate político del presente. Desde su ascenso en 2014, el presidente el-Sissi ha impulsado megaproyectos de infraestructura, nueva capital administrativa, autopistas, puertos, que consolidan su imagen de “constructor de la nueva Egipto”, mientras el país enfrenta una inflación galopante y una deuda externa asfixiante.
En su discurso inaugural, el mandatario declaró que el museo debía ser “una plataforma para el diálogo y un faro para la humanidad”. Pero el contraste con la realidad actual es evidente: Egipto atraviesa una de las peores crisis económicas en su historia reciente, con millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza y una creciente censura a la prensa y la disidencia.

El gobierno egipcio espera que el GEM reciba más de cinco millones de visitantes al año y actúe como motor de una economía dependiente del turismo, que representa alrededor del 8 % del PIB nacional. Con 15,7 millones de turistas en 2024, el sector muestra signos de recuperación, aunque los beneficios siguen concentrados en las élites políticas y empresariales vinculadas al régimen.
El museo, situado junto a las Pirámides de Giza, cuenta con amplias galerías interactivas, realidad virtual y laboratorios de restauración visibles al público. Además, dos salas exhiben por primera vez los 5.000 objetos hallados en la tumba de Tutankamón, desde sus carros dorados hasta la célebre máscara funeraria.
Sin embargo, críticos señalan que el gobierno privilegia la monumentalidad sobre la inclusión. “La cultura faraónica se usa como vitrina para legitimar el poder actual, mientras se descuida el acceso a la educación y la preservación de sitios arqueológicos menos rentables”, denunció un conservador de patrimonio local a AP.
Un legado entre luces y sombras
La historia faraónica de Egipto lo ha convertido desde hace siglos en un imán para los turistas. Pero también ha tenido dificultades para organizar y exhibir su enorme cantidad de artefactos: desde pequeñas joyas y coloridos murales en tumbas, hasta imponentes estatuas de faraones y dioses con cabeza de animales. A ello se suma la batalla constante por recuperar piezas saqueadas y robadas que permanecen en museos extranjeros.

El GEM pretende ser símbolo de modernidad y orgullo nacional, pero también refleja las contradicciones del Egipto contemporáneo: un país donde la grandeza del pasado convive con la desigualdad del presente. El despliegue de drones y ceremonias evocando a Isis y Osiris buscó deslumbrar al mundo, pero no todos los egipcios pudieron presenciarlo. La inauguración coincidió con la declaración de día festivo y un refuerzo extraordinario de seguridad en El Cairo, medidas que recordaron más a un acto de control que de celebración ciudadana.
El contraste entre los tesoros del antiguo Egipto y la precariedad actual de muchos egipcios revela un dilema profundo: la cultura como orgullo nacional o como herramienta política. Mientras según expertos en museos locales y defensores de derechos humanos, el oro de Tutankamón brilla bajo luces LED, las voces críticas siguen silenciadas en las cárceles del país.
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