El lunes 30 de junio de 2025, al menos 39 personas murieron en la ciudad de Gaza luego de que fuerzas israelíes bombardearan el Café Al-Baqa, un establecimiento que operaba como uno de los últimos espacios civiles en funcionamiento. Entre los fallecidos hay mujeres, niños y periodistas palestinos que se encontraban allí buscando seguridad, conexión a Internet y un respiro temporal del conflicto. El ataque, según testigos, ocurrió sin previo aviso, en una zona densamente poblada y frecuentada por personas desplazadas.
Un ataque que apunta al corazón de la vida civil en Gaza
En medio del prolongado asedio sobre la Franja de Gaza, las fuerzas israelíes lanzaron el lunes 30 de junio un ataque aéreo que dejó al menos 39 personas muertas dentro del Café Al-Baqa, un espacio que funcionaba como uno de los últimos refugios activos en la devastada ciudad. Testigos presenciales informaron que el lugar estaba lleno de mujeres, niños y periodistas cuando fue alcanzado por un misil sin previo aviso.

El Café Al-Baqa no era simplemente un lugar para comer. En una Gaza marcada por cortes de electricidad, apagones de comunicación y la destrucción de infraestructura, este sitio operaba como un punto vital de conexión: permitía a las personas cargar sus teléfonos, acceder a Internet y, en el caso de algunos comunicadores, documentar y transmitir lo que ocurre en una de las zonas más castigadas del mundo. El ataque ha sido interpretado como un mensaje directo para silenciar cualquier intento de denuncia, particularmente desde voces locales e independientes.
Periodistas entre los muertos: ¿Un intento de silenciar el horror?
Varios periodistas se encontraban en el café en el momento del bombardeo, utilizando el lugar como base improvisada para enviar reportes, imágenes y videos al exterior. Las restricciones impuestas por Israel a la prensa internacional, junto con los bloqueos a las comunicaciones, han hecho que el trabajo de los periodistas palestinos sea la única vía para mostrar lo que está ocurriendo sobre el terreno. La muerte de comunicadores en este ataque ha sido interpretada por activistas y organizaciones de derechos humanos como un intento deliberado de silenciar las voces que aún logran reportar los horrores del conflicto.
“El ataque no fue solo contra personas desplazadas. Fue un golpe directo contra quienes intentan narrar esta guerra desde dentro”, declaró Hani Mahmoud, corresponsal de Al Jazeera, quien también reportó que la zona atacada formaba parte de un centro de desplazamiento donde miles de personas buscaban refugio del calor extremo y la violencia.

Reacciones internacionales: Entre la condena tibia y el silencio cómplice
Mientras las imágenes del ataque al café circulaban en redes sociales, algunos gobiernos y organismos internacionales emitieron comunicados expresando «preocupación». Sin embargo, hasta ahora, no se han tomado medidas concretas para frenar las hostilidades ni para garantizar la entrada masiva de ayuda humanitaria. Desde la Oficina de Medios del Gobierno de Gaza acusan a Israel de utilizar el hambre, el desplazamiento forzado y la destrucción de infraestructura civil como armas de guerra, lo cual podría constituir crímenes de guerra según el derecho internacional.
Diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos, entre ellas Human Rights Watch y Amnistía Internacional, han pedido una investigación independiente sobre este y otros ataques. Además, exigen la apertura inmediata de los pasos fronterizos y el ingreso de al menos 500 camiones diarios con alimentos, medicinas y combustible, como medida mínima para evitar una catástrofe humanitaria irreversible.
El Café Al-Baqa como símbolo: Un refugio convertido en blanco
Más allá de la tragedia numérica, el ataque al Café Al-Baqa ha sido interpretado como un golpe simbólico. Representaba uno de los últimos espacios donde las personas podían reunirse, comunicarse con sus seres queridos o simplemente escapar unos minutos del caos. Su destrucción no solo causa muerte física, sino también la aniquilación de los pocos vínculos que aún mantenían a la sociedad civil en pie.
Lo que antes era un espacio de conexión y vida comunitaria, hoy yace en ruinas, con cuerpos aún sin identificar y familias devastadas. La comunidad internacional observa, pero no actúa con contundencia.
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