En los campamentos de refugiados del sudeste asiático, una realidad desgarradora cobra fuerza. Los niños rohingyas, ya víctimas de un genocidio silencioso, enfrentan un nuevo nivel de crueldad: El secuestro y la tortura por parte de traficantes de personas. Un caso reciente ha conmocionado al mundo. En un video viral, un niño rohingya es obligado a implorar desesperadamente a su padre: “Papá, por favor, intenta conseguir dinero. Ya me enterraron vivo”.
🚨 | Un niño rohingya fue enterrado vivo por traficantes de personas mientras rogaba a su padre por dinero.
— Historiente (@historiente) January 18, 2025
Los rohingyas, perseguidos y apátridas, enfrentan hambre, violencia y tráfico humano en silencio mientras el mundo los ignora.#Rohingya #HumanRights #SaveRohingyaChildren pic.twitter.com/bEWRJ4SFGG
El video, que circuló rápidamente en redes sociales y plataformas de noticias, revela una práctica que se ha vuelto cada vez más común en los campamentos de refugiados y las fronteras de Myanmar y Bangladés: Los traficantes secuestran a niños para extorsionar a sus familias. Estos criminales graban escenas de tortura para presionar a los familiares a pagar rescates imposibles, sumiendo a comunidades enteras en el terror.
Un genocidio olvidado
Los rohingyas son una minoría étnica musulmana originaria del estado de Rakhine, en Myanmar. Desde 2017, cientos de miles de ellos han huido de la violencia extrema perpetrada por el ejército birmano. Naciones Unidas ha catalogado estas acciones como una “limpieza étnica”, aunque muchos expertos coinciden en que se trata de un genocidio.

El gobierno de Myanmar los etiqueta como inmigrantes ilegales provenientes de Bangladés, negándoles la ciudadanía y condenándolos a la apatridia. Esta exclusión sistemática los somete a una discriminación generalizada que permea todos los aspectos de su vida: enfrentan restricciones severas a su libertad de movimiento, acceso prácticamente nulo a la educación, atención médica insuficiente y oportunidades laborales inexistentes. Además, están sujetos a leyes que les privan de derechos básicos, reforzando un ciclo de marginación y vulnerabilidad que parece no tener fin.
Refugiados en países como Bangladés, Malasia e Indonesia, los rohingyas enfrentan condiciones de vida deplorables. En campamentos superpoblados como el de Cox’s Bazar, considerado el mayor del mundo, escasean los recursos básicos, la educación y la protección. Esta vulnerabilidad los convierte en presas fáciles de redes de traficantes y criminales.
Niños rohingyas en el epicentro del horror
En el corazón de la crisis rohingya, los niños son quienes enfrentan las peores atrocidades, siendo utilizados como piezas en las redes de tráfico humano y explotación. En los campamentos de refugiados, donde la desesperación y la pobreza extrema son moneda corriente, los traficantes encuentran a sus víctimas más fáciles de manipular. Los pequeños son secuestrados, vendidos o forzados a trabajar en condiciones inhumanas, mientras sus familias, sin recursos, son extorsionadas con rescates que no pueden pagar.

Según organizaciones de derechos humanos, la utilización de niños en videos de tortura es una táctica deliberada para maximizar el impacto emocional en las familias. “Es una práctica que deshumaniza y perpetúa el ciclo de pobreza y desesperación en las comunidades refugiadas”, declara un representante de Human Rights Watch.
Algunos son utilizados para mendigar en las calles de países vecinos, otros son forzados a matrimonios infantiles o incluso reclutados por grupos criminales para actividades ilícitas. Estas acciones no solo roban su infancia, sino también cualquier esperanza de un futuro. Las niñas, en particular, enfrentan un riesgo adicional, convirtiéndose en víctimas de abuso sexual y explotación, un trauma que las marca de por vida.

Los traficantes, conscientes de la falta de protección en los campamentos, operan con relativa impunidad, agravando la ya precaria situación de los refugiados. Ante esta alarmante realidad, es imperativo que la comunidad internacional actúe para garantizar la seguridad de los menores, creando entornos protegidos, promoviendo la educación y fortaleciendo los sistemas de vigilancia y justicia en las zonas afectadas. Los niños rohingyas no deben seguir siendo utilizados como herramientas en un sistema despiadado; su vida y dignidad merecen ser rescatadas.
Cada día que pasa sin acción es un día más en el que miles de niños pierden su inocencia, su futuro e incluso su vida. La pregunta que debemos hacernos es: ¿cuántos videos como este necesitamos ver para actuar?
El mundo tiene una deuda pendiente con los rohingyas. Es hora de saldarla.
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