Cada 25 de noviembre, el mundo conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Sin embargo, para las mujeres palestinas, este día no es solo un recordatorio de la lucha global contra la violencia de género, sino también una denuncia de una realidad que no cesa: Una ocupación que no solo se impone sobre sus tierras, sino también sobre sus cuerpos, vidas y dignidades.
La violencia hacia las mujeres en Palestina trasciende lo físico. No se trata únicamente de bombardeos que destruyen hogares o toques de queda que arrasan con cualquier posibilidad de normalidad. Se trata de una violencia estructural y sostenida, que las posiciona como blanco en múltiples frentes. Desde agresiones directas de soldados hasta crímenes de guerra que incluyen tortura, humillación sexual y cosificación, las mujeres palestinas enfrentan un sistema diseñado para quebrantar su espíritu y aniquilar su resistencia.
La doble ocupación sobre mujeres palestinas
La violencia sexual ejercida contra las mujeres palestinas no es un acto aislado ni espontáneo, sino una herramienta sistemática y estratégica utilizada por las fuerzas de ocupación israelíes para humillar y deshumanizar. Un ejemplo desgarrador es el caso documentado por Land Palestine, una cuenta de activismo en redes sociales que denuncia el genocidio en curso en Palestina. Una de sus publicaciones muestra a un soldado franco-israelí de las FDI posando frente a una pared donde había clavado ropa interior de mujeres palestinas asesinadas. Este acto grotesco simboliza la obsesión de las fuerzas israelíes por sexualizar y despojar de dignidad a las mujeres palestinas, incluso en la muerte.
Según expertos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, los crímenes de violencia sexual y de género en Palestina son recurrentes. Las mujeres detenidas en prisiones israelíes han denunciado agresiones sexuales, registros forzados, violaciones, privación de productos de higiene menstrual y exposición al frío y la lluvia en jaulas sin agua ni comida. Testimonios recogidos por Berghahn Journals documentan cómo estas mujeres enfrentan abusos incluso mientras visitan a familiares encarcelados o asisten a audiencias judiciales. Este tipo de violencia, ejercida tanto por hombres como mujeres en roles de autoridad, forma parte de una estrategia calculada de control.
Las prisiones: La violencia institucionalizada
Desde 1969, miles de mujeres palestinas han sido encarceladas bajo el régimen de ocupación israelí. Las condiciones en las prisiones son inhumanas: Abuso físico y psicológico, aislamiento prolongado y privación de atención médica. Historias como la de Rasmea Odeh, detenida y torturada durante un interrogatorio en 1967, ejemplifican el costo personal y colectivo de resistir a la opresión.
La revista Berghahn Journals también arroja luz sobre casos como el de Aisha Awdat, violada en 1969 por un investigador israelí. Estos crímenes no son episodios aislados; son parte de un sistema que utiliza la violencia sexual para deshumanizar y silenciar. La ocupación no solo invade las tierras palestinas, sino que también se apropia de sus cuerpos, marcando generaciones enteras con el trauma del abuso.
Violencia de género como táctica de control desde el Nabka
La ocupación israelí, iniciada en 1948 con la Nakba, no solo desplazó a más de 750,000 palestinos, sino que instauró un sistema estructural de opresión que afecta de manera desproporcionada a las mujeres y niñas. La violencia sexual y de género ha sido una táctica de control desde los primeros años de la ocupación.
Relatos como el de Reza Mazali, quien en “Impuesto sobre la renta, Ramallah” describe cómo un hombre palestino llevó a sus hijas a los oficiales para intentar cancelar una deuda fiscal, muestran el uso del cuerpo de las mujeres como moneda de cambio. El horror de ver a una hija ser llevada detrás de una cortina y el posterior abuso sexual es una muestra más del costo humano de la ocupación.
Durante la primera intifada (1987-1993), las mujeres palestinas lideraron movimientos de resistencia comunitaria. Este rol las convirtió en objetivos directos de las fuerzas de ocupación, que utilizaron la violencia sexual como una herramienta para desmovilizar sus esfuerzos. La ocupación no solo busca el control territorial, sino también desarticular la resistencia que emana de los cuerpos y las voluntades de las mujeres.
El silencio internacional a la doble ocupación
La impunidad con la que se cometen estos crímenes perpetúa un sistema de opresión que no solo invade territorios, sino también cuerpos. Este 25N, es esencial alzar la voz por las mujeres palestinas, quienes enfrentan una doble ocupación: La de sus tierras y la de sus cuerpos. Sus testimonios son un llamado urgente a la justicia y una prueba irrefutable de que la violencia de género no es un daño colateral, sino una táctica deliberada de control.
Ser mujer en Palestina significa resistir al patriarcado y al colonialismo. Las feministas palestinas han denunciado cómo la liberación de su pueblo está intrínsecamente ligada a la lucha por sus derechos como mujeres. No podemos hablar de erradicar la violencia de género sin señalar las estructuras coloniales que perpetúan estas condiciones. La lucha por Palestina es, también, una lucha feminista global.
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