Se intensifican los ataques en Sweida

Fuerzas del gobierno sirio en Sweida
Fuerzas del gobierno sirio en Sweida

Sweida, Siria – Los recientes enfrentamientos en el sur de Siria han dejado al descubierto una crisis humanitaria alarmante que va más allá del conflicto armado. En el centro de esta tragedia se encuentra la población civil, víctima de castigos colectivos impulsados por años de tensiones étnicas no resueltas, manipulación política y el juego estratégico de potencias regionales. La violencia ha escalado en forma de represalias cruzadas entre drusos y beduinos, dos comunidades históricamente marginadas y ahora instrumentalizadas por actores radicales para justificar actos de brutalidad y represión.

La violencia en Sweida: resultado de años de abandono

La provincia siria de Sweida, hogar histórico de la comunidad drusa, se encuentra sumida en una espiral de violencia que no surgió de la noche a la mañana. Durante décadas, esta región ha sido sistemáticamente marginada por el Estado, con escasa inversión pública, limitada presencia institucional y una ausencia casi total de mecanismos de mediación social. Paralelamente, las comunidades beduinas, que también habitan el sur de Siria, han enfrentado exclusión estructural, pobreza crónica y una fuerte estigmatización, lo que ha generado un caldo de cultivo ideal para la fragmentación social.

Familias beduinas desplazadas por los combates en Sweida.
Familias beduinas desplazadas por los combates en Sweida.

Bajo el régimen de Bashar al-Assad, la marginación estructural de ambas comunidades creció silenciosamente, sin que existiera una voluntad política real de revertirla. Las tensiones sociales, aunque latentes, podrían haberse gestionado mediante políticas públicas inclusivas y diálogo comunitario. Sin embargo, el conflicto armado que estalló en Siria a partir de 2011 no solo ignoró estas fracturas, sino que las profundizó y las instrumentalizó.

En años recientes, especialmente tras el debilitamiento del régimen en varias zonas, nuevos actores —milicias armadas, facciones políticas y potencias regionales— han ingresado a Sweida con agendas particulares. Estas fuerzas externas han explotado el dolor y las divisiones históricas entre drusos y beduinos, construyendo una narrativa de confrontación étnica que justifica el uso de la violencia y la imposición territorial. Bajo esta estrategia, se busca mostrar una Siria fragmentada, donde la unidad nacional parece una aspiración lejana.

El precio de la manipulación política: civiles como escudos humanos

En medio de esta escalada, la población civil en Sweida ha quedado atrapada sin rutas de evacuación seguras, sin acceso a alimentos, electricidad ni servicios básicos. Mujeres, niñas, personas mayores y familias completas han sido blanco de ataques indiscriminados por parte de grupos que aseguran estar actuando en nombre de la justicia o la defensa de su comunidad.

foto, Un médico y otros hombres caminan junto a los cadáveres de los muertos en los combates en un hospital de la ciudad de Sweida
foto, Un médico y otros hombres caminan junto a los cadáveres de los muertos en los combates en un hospital de la ciudad de Sweida

Sin embargo, analistas señalan que tanto los drusos como los beduinos están siendo usados como instrumentos de propaganda y legitimación de la violencia, siendo acusados, según convenga al bando, de traidores, espías o enemigos del régimen. En la práctica, ambos grupos están siendo castigados por su identidad, sin distinción entre combatientes y civiles, una práctica que constituye un crimen de guerra.

Organismos internacionales como el ACNUDH han llamado a una investigación independiente sobre las atrocidades cometidas en Sweida, advirtiendo que “las represalias colectivas no pueden justificarse bajo ningún pretexto, y la protección de la población civil debe ser prioritaria”.

Intervención extranjera: Israel y EE.UU. frente al colapso del sur sirio

La intervención de Israel, con bombardeos sobre territorio sirio bajo el argumento de proteger a la comunidad drusa, ha añadido una dimensión geopolítica aún más compleja. Si bien Israel justifica su accionar como una medida humanitaria, diversas voces dentro de Sweida, de todo el país sirio y de la comunidad internacional lo interpretan como una jugada estratégica para desestabilizar aún más la zona y debilitar al gobierno sirio en transición.

Israel bombardeó Damasco este semana.
Israel bombardeó la capital siria esta semana

Mientras tanto, el embajador estadounidense en Turquía, Tom Barrack, confirmó que su país, junto con Turquía y Jordania, facilitó un acuerdo de tregua entre las partes, permitiendo el ingreso temporal de fuerzas sirias a Sweida para intentar frenar los enfrentamientos. No obstante, la tregua ha sido frágil: milicianos continúan llegando a la región, los combates no cesan por completo y los abusos persisten.

Estos movimientos reflejan la instrumentalización de las tensiones locales por parte de potencias extranjeras. El sur de Siria se ha convertido en un tablero donde los actores regionales mueven piezas en función de sus intereses estratégicos, sin atender las urgencias humanitarias de la población.

Violencia étnica como crimen, no como conflicto

Desde el punto de vista de la defensa de los derechos humanos, lo que ocurre en Sweida no debe tratarse como un simple enfrentamiento intercomunitario, sino como una campaña sistemática de violencia étnica que busca borrar identidades, sembrar terror y castigar a comunidades enteras por razones políticas o religiosas. Las ejecuciones sumarias, los abusos sexuales y la destrucción de infraestructura civil son prácticas deliberadas que deben ser condenadas por la comunidad internacional sin ambigüedades.

Es urgente que Naciones Unidas y otros organismos multilaterales actúen para documentar los crímenes, garantizar la asistencia humanitaria y presionar para el fin inmediato de los ataques a civiles. El silencio internacional no solo permite la impunidad, sino que alienta futuras masacres bajo el mismo patrón.

Lo que ocurre hoy en Sweida es una síntesis del fracaso colectivo: del Estado sirio por no proteger a sus ciudadanos; de las potencias regionales por utilizar la violencia como herramienta de poder; y de la comunidad internacional por mirar hacia otro lado mientras se cometen atrocidades.

El futuro de Siria no puede construirse sobre las cenizas de su diversidad cultural ni sobre el sufrimiento de sus minorías. Defender a la población civil no es una opción: es una obligación moral y jurídica.

Para más noticias sobre Siria da click aquí


WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn